Sand Particles [Mona Keverich]

Un millón de gracias al ingenioso señor que permitió una extensa red que permitía a los celulares adquirir juegos rápidamente e ingresar a páginas de internet en cuestión de segundos. Allí se encontraba Matthew luchando por su vida para lograr pasar de pantalla en un juego de baja resolución que había descargado el día anterior. El juego sí que era malo, las pantallas eran fáciles de pasar y los enemigos no eran nada en comparación con las consolas de playstation o alguno que otro juego de estrategia de computadora pero lo que importaba era que estaba jugando a algo y no tenía alguien que le ladrara a su espalda.

Recostado contra un bajo arbusto permaneció prácticamente toda la mañana hasta caída la tarde. Las arena había adquirido (por debajo de él) todo tipo de temperaturas, por ejemplo: al comienzo del día había estado fresca hasta que se equilibró con la temperatura corporal del chico que se encontraba echado sobre ella, luego por la tarde el calor inmenso no evitó que se sobrecalentara (dicho sea de paso varias veces se vio obligado a levantarse y caminar por la sombra de los arbustos para no quemarse los pies) y caída la tarde comenzaba a enfriarse dejando un cómodo aspecto suave a cada uno de sus granitos. Lo que sería científicamente: partículas de roca (muchas rocas) disgregadas.

Game Over

-Indignante- bufó tirando a un lado su celular. Haber pasado la tarde entera pasando pantallas sin tener la posibilidad de guardar vidas (o niveles) y perderlo casi llegado el final era como el colmo que ni el diablo tiene que pagar. Pero qué le importaba a él, ya había jugado bastante y ahora podía disfrutar de la frescura de aquella playa sin la extraña compañía de su compañero de cabaña o alguno que otro orientador que se digna a arruinar lo que queda de tu día.

Después de pasarse el día en su cabaña, haciendo nada más que escribir, a decir verdad cosas bastante banales, cosas que ni ella entendía, que no sabía ni siquiera porqué las escribia, ya que no tenían ningun sentido, no iban a ninguna parte, solamente se había dedicado a escribir durante toda la mañana y el día.
No era que no le gustara, pues disfrutaba escribiendo, pero era lo único que hacía, era lo único en lo que gastaba el tiempo desde que había llegado al campamento.
Debía admitir que era un tanto aburrido no salir de la rutina, pues por alguna razón se llamaba rutina. Para Mona la rutina era sinonimo de aburrimiento.

Cuando el sol comenzaba a hacer menos efecto en las pieles de las personas decidió salir.
Quizá a dar un paseo en la playa, no parecía mala idea.
Al llegar lo único que pudo pensar eran las palabras con las cuales describiría aquel paisaje, ¿acaso siempre tenía que igualar todo a la escritura? Quizá sí, quizá eso era lo único que tenía valor en su vida y en ella, quizá solo servía para eso. Un pensamiento bastante pesimista sobre su persona, pero ella no lo veía de esa forma, sino que veía que al menos servía para algo.

Se acercó a la orilla de la playa y decidió quedarse con el traje de baño que vestia debajo de la ropa para entrar al agua.
Podía decirse que el tiempo de los baños en la playa había acabado pues el sol no se ocupaba de contrastar con el frio del agua, pero no le importaba, después de todo, ya estaba dentro, no podía hacer nada.

Una nube con forma de ave…no, no, con forma de hipogrifo. Vaya imaginación para una persona que acaba de desconectarse de un celular luego de pasar el día entero bajo sus encantos. Luego de despojarse de la necesidad de jugar se vio en libertad momentánea para poder hacer lo que se le ocurriera y lo primero que se le pasó por la cabeza fue recostarse en la arena a ver las nubes. Veía muchas formas en ellas pero las veía desigualadas, es decir, no veía formas básicas de cosas que serían fácilmente reconocibles, así que en pocas palabras no veía nada. Lograba destacar sí el inmenso tamaño de aquellas nubes por sobre él, por sobre la playa y además de eso la gordura que tenían haciendo que se asimilaran a copos de nieve o de esos algodones de azúcar que tanto añoran los niños pequeños.

-Una nube, dos nubes, tres nubes…¡joder!- la brisa levantó consigo unos pocos granos de arena que para su desgracia terminaron por colársele en los ojos. Le molestaba que esas cosas tan simples sucedieran pero no podía culpar a nadie y menos al viento porque éste tenía tanto derecho de barrer la arena como él de estar tirado allí hacía horas. Así que como por instinto se sentó de golpe y comenzó a frotarse los ojos para así empeorar la situación de sus parpados y la zona cercana a los mismos. Dicen que si algo se te mete en el ojo lo primero que tienes que hacer es pestañear constantemente pero…¿quién hace eso en primera instancia? ¡Nadie! Uno recorre al simple impulso de frotarse los ojos hasta el dolor.

Minutos después, de tanto frotarse, sus ojos llorisquearon libreando aquellos granitos de arena que tanta molestia le daban. Pestañeando a cuestas logró identificar donde estaba, las nubes, el agua y alguien más. Alguien más que no veía del todo bien porque se encontraba lejos y veía todo borroso a causa de su descuido –¿Una orientadora?- ¿sería eso? Porque nunca había visto que confiscaran también el agua para castigar a los peces, quién lo diría. Incorporándose un poco logró gatear acercándose más para descubrir qué era aquello, ¿sería un ente, una ninfa, musa, algún producto de su inmensa y vaga imaginación? –Qué va- soltó al descubrir que se trataba de una chica. Pero para pasar desapercibido y no interrumpir lo que hacía se arrastró de vuelta hasta donde estaba antes, recostado en su arbusto para poder espiar a la desconocida.